viernes, 20 de noviembre de 2015

Damaso Delgado




Nace en Guanarito, pintoresco pueblo llanero del estado Portuguesa un 24 de Noviembre de 1940. De familia humilde, pierde a su progenitor cuando él y su hermano gemelo (los menores de la familia) tienen apenas 5 años de edad. Su madre, de oficios del hogra, se ve obligada al duro trabajo de lavar y plancar ropa de arrieros y carreteros, a criar pavos y gallinas y hacer ventas, para sacar adelante al cuadro de familia de seis hijos (4 hembras y 2 varones) que le quedaron al morir su esposo quien en vida llevara el mismo nombre de nuestro personaje biografiado.
Puesto que Guanarito, además de pueblo llanero, es un semillero de músicos y cantadores, copleros, declamadores, poetas y escritores, y, donde el baile del joropo pareciera haber hallado su cuna, Dámaso Delgado crece rodeado de las más bellas manifestaciones del folklore de la llanura, donde el cuatro, las maracas, el arpa y la bandola se entrelazan con las voces de los cantadores y el zapatear de las parejas de bailes en las repetidas noches de los joropos llaneros.


En 1966 escribe y en 1967 graba su famosa pieza clásica: LA LEYENDA DEL SILBÓN. Esta leyenda se convierte en un extraordinario disco de impacto, difundida por todas las emisoras de radio del país, proyectando su nombre nacionalmente, elevándolo a la categoría de los mejores autores e intérpretes de la farándula nacional. Pero cuando está en lo más promisorio de su carrera artística, y la puerta grande del mundo artístico se le abre, recibe el llamado del cielo para predicar el mensaje de Jesucristo y lo deja todo para dedicar el resto de su vida a la predicación del Evangelio. Ha sido objeto de muchísicmas medallas y placas de condecoraciones. Fue declarado PATRIMONIO CULTURAL VIVIENTE, por decreto del Gobierno de Protuguesa. Fue declarado Hijo Predilecto por la Cámara Municipal de su pueblo natal, y Ciudadano Ilústre de la Ciudad de Guanare, por la Cámara Municipal de Guanara y condecorado con la Orden Juan Fernández de León, en su primera clase.


El silbón

Se trata, según la leyenda, de un joven que asesinó a sus padres y está condenado a vagar eternamente con un saco lleno de los huesos de sus progenitores.
Tiene un silbido característico que se asemeja a las notas musicales do, re, mi, fa, sol, la, si, en ese mismo orden subiendo el tono hasta fa y luego bajando hasta la nota si. Se dice que cuando su silbido se escucha muy cerca no hay peligro, ya que el silbón está lejos, pero si se escucha lejos es porque está cerca. También se dice que escuchar su silbido es presagio de la propia muerte.
La leyenda del Silbón nació a mediados del siglo XIX y algunos estudiosos creen que era una forma de control social que la tradición creó para evitar las infidelidades de los hombres.
Dice la leyenda que El Silbón recorre la región llanera con un silbido que estremece al ser escuhado. Confunde, pues cuando se escucha cerca es porque está lejos, y viceversa.
La señal confirmatoria de que el espíritu ronda el vecindario es un característico ruido de huesos que chocan unos con otros.
Se cree que los lleva en un saco, al hombro. Unos piensan que son los huesos de sus víctimas más recientes; otros, que pertenecen a su propio padre.
Para cuando se alcanza a oír el “crac-crac”, sin embargo, tal vez es demasiado tarde.
Cuentan que hubo una vez un joven que descubrió que algo extraño estaba pasando entre su padre y su esposa.
Unos dicen que el viejo le pegó a la joven. Otros sostienen que la violó.
“Lo hice porque es una regalada”, fue la explicación que el viejo dio a su hijo.
La leyenda sigue con que el joven estalló en furia, y se enfrascó en una pelea a muerte con su padre.
De los dos, el padre llevó la peor parte. El joven le asestó un fuerte golpe en la cabeza con un palo, que lo tumbó en el suelo, donde el hijo se le abalanzó y lo ahorcó.
El abuelo del joven, que escuchó de la pelea, fue en busca de la víctima, a todos los efectos, su hijo. El abuelo juró castigar al joven, su propia carne y sangre, por el horrendo crimen que había cometido… contra su propia carne y sangre.
Poco tardó en encontrarlo. Entonces lo amarró y le propinó una andanada de latigazos con un “mandador de pescuezo”, típico del llano.
“Eso no se le hace a su padre…Maldito eres, pa´ toa´ la vida”, le decía.
Para completar la sanción, le frotó ají picante en las heridas y echó al perro de nombre Turéco para que lo persiguiera. Hasta el fin de los tiempos le muerde los talones.


Cesar Méndez. #24 

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